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El arte de envejecer con alma
- Educamos en Familia
- hace 7 horas
- 2 Min. de lectura
Os compartimos este hermoso y profundo texto del escritor brasileño José Luis Ricchetti, titulado "Los caminos del tiempo". Una reflexión serena y llena de sabiduría sobre como envejecer con alma, el valor de lo vivido, y la luz que dejamos en los demás. Es una invitación a mirar la vida con otros ojos, a aceptar cada etapa con gratitud, y a comprender que lo esencial permanece, incluso cuando todo cambia.

Hay un silencio que llega con los años, y no es sólo la ausencia de ruido, sino la suave transición entre lo que éramos y lo que nos hemos convertido. A los 60 años, empiezas a sentir la sutileza del desapego. La sala que alguna vez palpitó con tus ideas ahora parece llena de voces que ya no piden tu opinión. No es un rechazo, es el ritmo de vida. Es entonces cuando aprendemos que nuestra contribución no está en el presente inmediato, sino en las huellas que dejamos en los corazones y las mentes a lo largo del camino, te das cuenta de que el mundo laboral, que alguna vez fue tan vital, está en constante cambio. Él te sigue, indiferente a lo que hiciste o no hiciste. No es una derrota, es una liberación. Este es el momento de mirarte a ti mismo, despojarte de tu ego y revestirte de serenidad. Ya no se trata de demostrar, sino de enseñar, compartir, vivir. El verdadero logro no es lo que presumes, sino lo que inspiras.
A los 70 la sociedad parece olvidarte, pero Lo que ocurre es que llegaste a otro estado del ser. Quizás sea sólo una invitación a reevaluar lo que realmente importa. Los jóvenes no te reconocerán por lo que eras, y eso es una bendición disfrazada: ahora puedes ser quien eres. Sin máscaras, sin títulos, sólo la esencia. Los viejos amigos, aquellos que no preguntan “quién eras” sino “cómo estás”, se convierten en joyas preciosas, diamantes que brillan en el ocaso de la vida.
Y luego, a los 80 o 90 años, es la familia la que, en las prisas, se aleja un poco más. Pero ahí es donde la sabiduría nos abraza con fuerza. Entendemos que el amor no es posesión: es libertad. Tus hijos, tus nietos, siguen sus vidas, como tú seguiste la tuya. La distancia física no disminuye el afecto, pero enseña que el verdadero amor es generoso, no exigente.
Cuando la Tierra finalmente nos llame, no hay motivo para temer. Es el último baile de un ciclo natural, el cierre de un capítulo escrito con sudor, lágrimas, risas y recuerdos. Pero lo que queda, lo que nunca será realmente eliminado, son las marcas que dejamos en las almas que tocamos.
Por eso, mientras haya aliento, energía, mientras el corazón lata constantemente, vivamos intensamente. Abraza los encuentros, ríe a carcajadas, disfruta de los placeres simples y complejos de la vida; simplemente, ama. Cultiva tus amistades como quien cuida un jardín. Porque, al final, lo que queda no son los logros, ni los títulos, ni los aplausos. Lo que queda son los vínculos, los momentos compartidos, la luz que difundimos.
Sé luz, sé presencia y tendrás eternidad.
Se lo dedico a todos los que entienden que el tiempo no borra, sólo transforma.
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