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La historia de Quique Mira: Cuando seguir a Dios se convierte en un acto de valentía

En una época donde muchos jóvenes buscan su identidad entre likes, rutinas agotadoras y expectativas ajenas, la historia de Quique Mira irrumpe como un testimonio de libertad y autenticidad. No es la historia de un predicador, ni la de un místico retirado del mundo. Es la historia de un chico de barrio, de un universitario corriente, que decidió ir contracorriente. Y en esa decisión encontró algo que muchos buscan durante toda una vida: paz interior y propósito.



Una vida como la de cualquiera


Quique nació en Barcelona y, como muchos jóvenes, vivió sus años universitarios entre clases, amistades, fiestas y trabajo nocturno. Era popular, tenía carisma y disfrutaba de todo lo que le ofrecía la ciudad. Aparentemente, no le faltaba nada. Pero algo dentro de él no terminaba de encajar.


Un día, casi por casualidad —o providencia, según él mismo diría—, mantuvo una conversación que marcaría un antes y un después en su vida. Un sacerdote le lanzó una pregunta sencilla, pero contundente: “¿Cuándo vas a empezar a tomarte la vida en serio?”


No era una acusación. Era una invitación. Una llamada a mirar más allá de lo inmediato, del ruido, del aparentar. Y ese día, Quique empezó a escucharse de verdad.


El silencio que lo cambió todo


Sin grandes alardes, comenzó un hábito que sorprendería incluso a su propia familia: cada mañana, antes de ir a clase, se sentaba a rezar durante media hora. Nada de rituales complicados, solo él, en silencio, hablando con Dios. Al principio, su madre pensó que le habían “lavado el cerebro”. No entendía cómo su hijo, tan de “vida normal”, se levantaba cada día para rezar sin que nadie se lo exigiera.


Pero poco a poco, empezó a ver algo distinto en él. Quique no se volvió un fanático, ni se alejó del mundo. Todo lo contrario. Siguió estudiando, haciendo deporte, disfrutando con amigos. Pero ahora lo hacía con otra mirada. Con una alegría más serena. Con una paz que no dependía de lo exterior.


Cuando creer es una forma de levantarse


La historia de Quique es también una historia de superación. No porque haya vencido una gran enfermedad o escalado una montaña, sino porque tuvo el valor de enfrentarse a sí mismo. A sus contradicciones, a su vacío, a sus miedos. Lo verdaderamente valiente fue detenerse en medio de una vida aparentemente perfecta y decir: “Así no quiero seguir.”


Muchos callan esa voz interior que les incomoda. Otros la disfrazan con distracciones. Quique la escuchó. Y, en lugar de huir, se atrevió a transformarse desde dentro.


Ese cambio no fue inmediato. Tampoco es fácil. A veces lo incomprendieron, otras tantas se sintió solo. Pero aprendió que la verdadera libertad no está en hacer “lo que quiero” sino en descubrir “quién soy” y vivir conforme a eso.


De la transformación personal al impacto colectivo


Con el tiempo, su historia personal se convirtió en semilla para otros. Fundó Aute, un proyecto que conecta a jóvenes con la espiritualidad desde un lenguaje actual, cercano, incluso digital. Quiere mostrar que tener fe no es anticuado ni aburrido. Que se puede ser joven y, al mismo tiempo, vivir con profundidad.

También desarrolló Way Up, una app pensada para ayudar a otros como él: personas que sienten que hay “algo más” pero no saben por dónde empezar. Quique no se guardó su camino; lo convirtió en puente para otros.



Un joven como tú, con una historia que inspira


A sus 26 años, Quique no pretende ser un héroe. Él mismo lo dice: “No soy mejor que nadie, solo decidí vivir con coherencia”. Pero eso, en estos tiempos, ya es mucho.


Su historia nos enseña que no hace falta tocar fondo para cambiar. Que también se puede transformar la vida desde una pequeña pregunta, desde una inquietud silenciosa. Y que, a veces, lo más revolucionario no es salir a conquistar el mundo, sino conquistar el propio corazón.


Una invitación a buscar con sentido


Puede que tú no creas lo mismo que Quique. Puede que tu camino sea otro. Pero su historia toca una fibra universal: la necesidad de vivir con propósito. De parar. De preguntarnos si estamos realmente donde queremos estar. De atrevernos a empezar de nuevo si hace falta.


Porque todos —absolutamente todos— estamos llamados a algo más que sobrevivir. Y a veces, todo empieza con el sencillo acto de sentarse en silencio y preguntarse: ¿Quién soy? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué me sostiene cuando todo lo demás falla?


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